Reina Cristina

La Reina Cristina de Suecia es un plato suculento para un gran drama. Su figura se recoge en los libros de historia como la de una mujer intelectual y rebelde respecto a la situación político-religiosa de su país, precisamente anclada en un periodo de guerra de religiones. Estamos en el siglo XVII y el conflicto entre príncipes protestantes y católicos estaba servido tanto en el campo de batalla como en las cortes.

Mika Kaurismäki, hermano del brillante y personal director Aki Kaurismäki, también es un prolífico director, guionista y productor. Su estilo, mucho más convencional en cuanto a la puesta en escena, adopta un tono más virulento y exclamativo en su retrato de las pasiones humanas.

En este sentido, el guion de Michel Marc Bouchard transforma, y en cierto modo instrumentaliza, a la reina como item de una precoz revolución sexual. No es que no haya rastro en las crónicas de cierta dependencia afectiva hacia una de las condesas de su séquito. No obstante, Bouchard, que ya se ha acercado a la temática homosexual en varias de sxus obras, emplea la cuestión como algo central, en medio de una lucha entre pasión y razón, en la que implica al mismo Descartes.

Todos estos elementos, junto a la apología de la cultura que llevó a cabo la precoz monarca, heredan rasgos de las crónicas, mientras se envuelven en un guion donde sobrevuela también el complejo de Electra y donde la política es un entorno meramente conspirativo. Todo esto produce un tono gris y pesado que deja al espectador sumido en el pesimismo, con la sensación de una visión algo sesgada y con ganas de seguir la pista de la historia de una mujer que abdicó de su trono, cambió de religión y se convirtió en una de las cuatro mujeres (que sin ser monjas) están enterradas en el Vaticano.

Firma: Lourdes Domingo