The deep blue sea

Terence Davies es un amante de dramas con tintes autobiográficos y responsable también de una más que aceptable adaptación de la novela de Edith Wharton La casa de la alegría. En la actual traslación de la obra de teatro de Terence Rattigan (también autor de El caso Winslow), retoma, en cierta manera, el retrato de un alma atormentada entre presiones sociales y pasiones amorosas.

Hester Collyer, en lugar de sentirse oprimida por las convenciones, lo está por las convicciones religiosas y morales que le inculcó su padre, un vicario anglicano. Ese poso no es su única fuente de conflicto. Sobre todo, se ve inmersa en una relación amorosa, en la que la correspondencia no está a la altura ni empatía de lo que esperaba,  pero sin embargo es incapaz de salir de ella.

Este tipo de historias -muy del gusto de cierta dramaturgia inglesa de la primera mitad de siglo XX- sumergen a sus personajes en debates que, en ocasiones, resultan triviales, pero en otras retratan el complejo mundo de los sentimientos, las atracciones y la distinción de lo que es amor auténtico. Los dos Terence apuntan bien a los problemas de cada uno de los tres protagonistas, incluso la secundaria casera ofrece, sin pedantería, lo que sería un pequeño norte para esos personajes tan desorientados y tristes.

Dentro de la melancolía y tenue optimismo del guión se mueve también la dirección y realización de Davies. Los planos son premiosos y no siempre podrían justificarse porque haya contenido escondido en ellos. De nuevo, pero quizá con algo más de vacuidad que en La casa de alegría, se ha dejado llevar por buscar algo latente en la contemplación de espacios, formas, colores y luces. No obstante, la rémora teatral que se intenta aplacar con esa manera de filmar no ensombrece un sentido trabajo actoral, que acerca más esa historia y sus personajes al espectador.

Firma: Lourdes Domingo