Aquaman

D.C. Cómics sacó del fondo marino a este personaje en 1941. Miembro de La liga de la justicia, ha sido menos pródigo en apariciones televisivas y cinematográficas que otros de sus compañeros de “oficina”.

Aprovechando esta época donde todos los superhéroes están pluriempleados y paseando por todas las pantallas, también le llega el turno a los menos populares. Con un origen muy marcado por la mitología (sus poderes provienen de su naturaleza de características pseudodivinas), Aquaman funciona con un esquema parecido a las anteriores y recientes adaptaciones de D.C. con Warner.

Por un lado, un diseño visual explosivo, literalmente, en cuanto a la inversión en efectos especiales. James Wan (Expediente Warren, Insidious y herederas) apuesta por el pastiche visual y sonoro: numerosos pasajes recreados con herramientas digitales, efecto videojuego en los acabados e incluso en la acción y montaje, colores fosforescentes y arquitecturas dispares resultan elegantes al lado de la enfermiza mezcla de estilos musicales que se apodera incluso dentro de una misma secuencia, creando cambios bruscos de ritmo y recordando al espectador que quizás se ha equivocado de evento y se encuentra en una discoteca para adolescentes.

En definitiva, un ruido ensordecedor y acciones turbulentas que solo dejan hueco para anémicas, tópicas y breves conversaciones que nos recuerdan las conocidas etapas de la forja del héroe

Por eso, por otro lado, el guión de Will Beall (Gangster Squad) y David Leslie Johnson-McGoldrick (La huérfana, Ira de titanes, Expediente Warren 2) deja claro que a Aquaman uno va a un parque acuático de toboganes y chorros de agua. De ahí que los clichés en las réplicas, envueltos en purpurina y algodón de azúcar, llaman a gritos a la emoción rápida, pero no sincera ni fruto de una inversión emocional en los personajes y sus conflictos.

Con esto por delante, queda claro que estamos ante un tipo de cine que no engaña y que tampoco desafía los amables cánones en los que se basa.

Firma: Lourdes Domingo