Boda sin fin

El subgénero de comedia romántica de bodas se ha hecho un hueco en el catálogo mundial de películas desde hace unos veinte años. La calidad de los títulos que lo integran, sin embargo, es inversamente proporcional a su número. Y ello si no contamos el aluvión de telefilms de sobremesa que han seguido su estela en la pequeña pantalla.

Su esquema es muy sencillo, nadie pretende ser original y su incondicional final feliz y su origen estadounidense garantizan la complacencia del público al que se dirige.

Quizá por eso decepciona tanto, ya desde las primeras secuencias, esta comedia de amor y enredo que viene de Alemania. Las distintas localizaciones con una estética diferente a la que estamos acostumbrados en esas producciones y un montaje vertiginoso prometían algo nuevo o, al menos, no tan manido.

Tampoco era mala idea la de cruzar La boda de mi mejor amigo con Atrapado en tiempo pero, una vez acuñada la idea, su desarrollo se llena de banalidades, lugares comunes, esperpénticas pseudocostumbres norteamericanas y una serie de gags repetitivos que impiden disfrutar de lo que era una base medianamente novedosa.

Se salva de la quema el estupendo personaje del amigo narcoléptico y, en menor medida, el otro compañero de piso, mujeriego y despreocupado. Esto es una muestra de que, con un poco más de valentía, esta película podría haber sido mucho más de lo que ha quedado en su conclusión.

La sensación, durante todo el metraje y al final, es agridulce. Queda manifiesta la búsqueda que todos hacemos del amor verdadero, estable y duradero, fiel y generoso. No obstante, si para ello se favorecen conductas egoístas, superficiales y ofensivas para los demás, parece que hay algo que no hemos entendido. Y esta telemovie con aires de grandeza tampoco nos va a ayudar a resolverlo.

Firma: Esther Rodríguez