Borromini y Bernini: eternos rivales

El arte y la historia se dan la mano en este documental para relatar la biografía de Francesco Borromini, conocido por obras como la Iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane o el Palacio de los Filippini. Con ritmo pausado, Giovanni Troilo nos sitúa en Roma, a principios del siglo XVII, cuando el arte aún tenía una estrecha relación con la religión y el éxito en ese campo era supeditado directamente a autoridades eclesiásticas como el Papa. En esa línea, la cinta nos regala bosquejos de las obras arquitectónicas de Borromini y escenas de ficción alegóricas de su vida, compuestas de decorados simples, que de manera expositiva nos trasladan a la atmosfera sombría de obsesión por el éxito y a la soledad que le acompañó.

Borromini es definido como tres siglos avanzados a su tiempo y la película consigue delimitar muy bien su potente personalidad. Solitario, perfeccionista y controlador, se va mostrando cómo el arquitecto italiano gozaba de prestigio, pero carecía de autonomía. Siempre supo qué clase de artista quería ser y construyó su propia imagen en base a ello. Con sus creaciones rompedoras buscaba crear un impacto en la sociedad, aunque eso supusiera ir más allá de los avances tecnológicos de la época.

Lo interesante de este filme es esta antítesis que se plantea con la enemistad de Borromini y Bernini. La competencia entre los dos –ambos de gran talento, pero muy distinto carácter–, que definieron en perspectivas distintas el barroco italiano, condicionó directamente la trayectoria del primero. Así pues, el largometraje muestra dicha relación e indaga sobre las consecuencias de estar a la sombra de alguien y luchar por el éxito personal al mismo tiempo, sin tener apenas recursos. De esta manera, queda plasmada cómo su perseverancia en superar a Bernini lo llevó a la decadencia personal: unos años de inestabilidad, luego un período de soledad y, finalmente, el suicidio.

Firma: Raquel García