El glorioso caos de la vida

Tras su interpretación de una enternecedora Beth March en Mujercitas, Eliza Scanlen cambia de registro para dar vida a Mila, una adolescente que se enamora por primera vez. Y aunque es un rol incomprensible en muchos momentos, la actriz sabe dotarlo de una fragilidad e inocencia similar a la que desprendía Beth en el film de Greta Gerwig.

Con un inicio de cine indie, la cinta es una sucesión de clips precipitados y extravagantes envueltos en un festival de luces, colores y sensaciones. El arranque promete un desarrollo interesante con cortes en seco y rótulos en tonos neón que anuncian la siguiente escena. Sin embargo, el espectador no tarda en percibir un abuso de este recurso, que se acaba asemejando a un cúmulo de diapositivas con poesía barata que abren cada secuencia, como si eso lograse disimular la falta de conexión entre ellas.

A pesar de la estética, el largometraje no es más que otra historia de amor entre personajes que sufren una enfermedad terminal; una narrativa muy manida en la gran pantalla. Además, como en muchas otras tramas semejantes, el guion no contempla en profundidad la realidad de esta situación, sino que le otorga un tinte romántico ficticio.

Por otro lado, en este caso en concreto, la película toca temas serios como la adicción a las drogas, la enfermedad o las relaciones interesadas. Pero los ahoga entre pelucas y vestidos hasta que la audiencia supone que se trata de circunstancias glamurosas.

El debut de Shannon Murphy no es más que un relato convencional sobre personajes con conductas inexplicables, camuflado bajo un decorado colorido y luminoso. Con muchas excentricidades y subtramas que no prosperan, quizá se salva en algún instante gracias a las actuaciones de Ben Mendelsohn y Essie Davis.

Firma: Patricia Amat