El mal no existe

Tras conseguir el Oscar en 2022 a la mejor película internacional con Drive my car , y otros muchos premios, la crítica permanece atenta a lo que hace Ryûsuke Hamaguchii. Y con El mal no existe, este multipremiado director japonés experimenta una forma diferente de hacer cine. Así, la idea parte de la banda sonora del film, a cargo de Eiko Ishibashi. En este caso, fue la compositora quien pidió al cineasta que pusiera imágenes a su partitura. De esa experiencia, surge este título.

Como ya nos tiene acostumbrados, la cámara de Hamaguchi se pasea serenamente por largas secuencias. Las montañas de Nagano, reserva natural cercana a Tokio, son el entorno natural a través del cual el director nos pone en comunión con la naturaleza. Sus habitantes, guardianes y protectores del ecosistema en el que viven, se adaptan perfectamente a un objetivo que pretende transmitir cada detalle, cada movimiento de hoja o cada huella en la nieve.

Durante casi dos horas, el espectador experimenta la vida tranquila, pero no ociosa, de sus protagonistas. Se adentra en una cultura que pone en evidencia la falta de rumbo de las sociedades consumistas y depredadoras del planeta. La belleza del paisaje se suma a la recompensa vital de los trabajos manuales y las expectativas sencillas. Y la fuerza de las imágenes nos persuaden hasta el punto de albergar la ilusión de dejarlo todo y trasladarnos a un lugar similar.

Sin embargo, el largometraje va tomando carices sombríos que culminan en un final tan poco esperado como incomprensible. Con ello, se rompe la armonía que nos había cautivado y se abren muchas posibilidades que el director no recoge. Así, en este suceso misterioso con el que se cierra el film muchos querrán buscar un significado alegórico, pero el común de los mortales sentiremos el desconcierto de una historia inacabada.

Firma: Mar Pons