El peral salvaje

Si el espectador ha visto las anteriores producciones de Nuri Bilge Ceylan sabe que está ante un largometraje que se escapa de los adjetivos “comercial” y “habitual”. Es una cinta que cumple todos los requisitos para ser de festival. De hecho, así lo corroboran los reconocimientos ya recibidos y la decena de nominaciones.

El ritmo pausado de El peral salvaje ayuda a empatizar con el personaje de Sinan y las sensaciones que tiene al volver a casa, un sitio con el que no se siente cómodo –tal como manifiesta en repetidas ocasiones–. Una prueba de ello son los habituales paseos que da a las afueras de la ciudad, en paisajes más desérticos y abandonados. Para ello, Ceylan utiliza secuencias y planos largos con los que logra transmitir al espectador esos momentos de paz y tranquilidad tan ansiados por Sinan.

La película, de más de tres horas de duración, toca temas muy diferentes y poco comentados en el cine occidental. Resulta muy interesante la conversación que mantiene el protagonista con dos imanes. En ella, comparten opiniones y puntos de vista sobre la situación actual del Islam y las diferentes interpretaciones del Corán.
Es especialmente cautivador el personaje de Sinan: aunque está representado como una persona solitaria y con una evidente lucha interna, se afana por llevar la contraria y buscar las cosquillas a todos con los que interactúa. Se esfuerza en no parecerse a su padre, a quien no soporta, aunque acaba siendo exactamente igual a él.

Aunque El peral salvaje es un film de los que gustan a pocos, no deja de ser una obra de arte, tanto visualmente como por su contenido. Un festín solo apto para los paladares más exquisitos.

Firma: Blanca Ballesteros