El trío en mi bemol

El trío en mi bemol es una película extraña, muy extraña. Y, sin embargo, sus 127 minutos se pasan en un suspiro al atrapar al espectador en su hipnótica sencillez.

Rita Azevedo, su directora y guionista, es una veterana del cine portugués. Comenzó su andadura de la mano de Manoel de Oliveira y ha trabajado en todos los ámbitos del séptimo arte, desde la dirección de nueve largometrajes a la coordinación de la cinemateca lusa. Encerrada, como todos, durante el confinamiento del Covid, se lanzó a realizar este peculiar film con la colaboración de unos pocos actores y de un grupo mínimo de técnicos que trabajaron gratis en una casa prestada, pero aportando todo su entusiasmo.

Explico lo anterior porque creo que da luz para comprender el eficaz resultado de su arriesgada apuesta. El trío en mi bemol desborda sinceridad e ilusión a través de sus personajes, de sus ambientes desconcertantes y de sus escenas de apariencia improvisada. Todo el metraje revela un espíritu libre, alejado de los convencionalismos y tendencias programáticas que dominan el cine actual, e integra al espectador en la camaradería que, obviamente, se vivió durante el rodaje.

El peso del proyecto lo llevan los dos protagonistas. Una pareja peculiar, con una relación curiosa y unas conversaciones que, eludiendo la profundidad, repasan los anhelos habituales del ser humano y la desorientación habitual que actualmente rige en las relaciones amorosas. La música se va convirtiendo poco a poco en el tercer elemento del trío, armonizando a los diferentes integrantes de un guion con tintes surrealistas. Este se gana al espectador jugando con él al escondite, como el personaje de Jorge, que no sabemos si es un vecino fisgón o si realmente está filmando la historia de Paul y Adelia. Esta confusión entre cine y realidad es una nueva declaración de amor a un arte al que muchas veces el precio de su producción corrompe y no deja ver su verdadera esencia. Bien por Rita.

Firma: Esther Rodríguez