Espíritu sagrado

Espíritu sagrado es un producto complicado de enmarcar. A medida que avanza el film, uno no sabe si está presenciando una horrible tragedia o si está en medio de una comedia. Ni siquiera puede determinar si lo que hay en la pantalla es ciencia ficción, documental, thriller o drama. Y esta sensación de desorientación reina hasta el desenlace.

Chema García Ibarra ha sabido construir con gran maestría una atmósfera paranormal a partir de escenarios y situaciones cotidianas. Hasta el elenco –no profesional– da la impresión de estar ausente en algunos momentos, algo que contribuye al ambiente onírico.

El problema es que, para el espectador medio, los movimientos de la cámara, la escenografía (con aspecto de andar por casa) y las interpretaciones –a veces parece que los actores estén leyendo un texto– pueden resultar pesadas e incluso llevarle a cuestionar si está hecho de broma.

Por otro lado, este encuadre a la vez corriente y de fantasía, permite elaborar un retrato preciso de esas personas que sucumben a una ideología marciana. Y eso es lo que sigue la cinta: la vida de varios sujetos absorbidos por una idea en medio de una localidad donde preocupan otros temas.

Todo esto hace que la película sea, en definitiva, muy desconcertante. Entre las imágenes extrañas y la narrativa extravagante, el público puede estar largo rato desubicado. Y al final, cuando el director coloca la guinda al pastel y cierra su incómodo mensaje, no se puede menos que sentir rechazo hacia esa realidad enfermiza –aunque cierta– que se descubre.

Firma: Patricia Amat