Jesús

Con 22 años, Hiroshi Okuyama ha dirigido su primer largometraje y el dominio de la cámara y de la planificación le ha valido el premio que el Festival de San Sebastián otorga a los nuevos realizadores.

Okuyama es valiente y claramente prometedor, aunque no deja de notarse que Jesús es su primera pieza como director (y guionista, montador…) y una obra también manifiestamente inmadura.

La realización se mantiene firme y sigue la tradición del cine oriental, pausado y contemplativo. Se inserta con la naturalidad en el día a día de los personajes para dejar que sean ellos, en sus pequeños detalles cotidianos, los que se presenten al espectador.

Okuyama sostiene el pulso y saca mucho partido de los actores, en especial del joven Yura Sato. Acierta colocando el punto de vista de la cámara muy bajo, para hacernos mejor a la visión del protagonista, y también en la elección del paisaje nevado y de los colores y líneas de los escenarios. Demuestra, por tanto, una maestría que, sin ser original, anuncia, como decía antes, a un posible genio de la dirección.

Sin embargo, y por ahora, este Jesús de Okuyama, se queda en un elaborado ejercicio técnico que relata una trama pobre y carente de poso. El fin de la infancia ante la llegada de cambios dramáticos y pérdidas que dejan huellas imborrables queda explícitamente reflejado, pero adolece de una inmadurez patente que tampoco extraña dada la edad del director y guionista.

El recurso humorístico a un Jesús juguetón y por extensión, a una religión desconocida, inexplicada e inevitablemente utilitarista e ineficaz, tiene un punto de originalidad y, a la vez, de torpe y vacía estrategia narrativa.

En definitiva, con un poco más de profundización y de recorrido vital, Hiroshi Okuyama puede convertirse en uno de los grandes del cine japonés.

Firma: Esther Rodríguez