Joker: folie à deux

En 2019, Todd Philips sorprendía a todos al alzarse con el León de Oro en el Festival de Venecia con Joker, película que trajo el esperado primer lugar a Joaquin Phoenix por su cruda interpretación. Ahí quedaron los planes para la lectura de Philips del archiconocido villano de DC, o así era hasta el anuncio de esta segunda parte: Joker: folie à deux.

Se suele decir que las segundas partes nunca fueron buenas y, lamentablemente, aquí nos encontramos con una obra que acaricia ese refrán. Es innegable el riesgo que el director decide tomar al llevar a este nuevo relato por los derroteros del drama judicial y, sobre todo, del musical. Mientras este último le da una frescura –un tanto impostada por momentos, también sea dicho–, la otra parte lo ancla a un insulso desarrollo.

La influencia visual y cromática de los musicales choca con esa capa grisácea que recubre siempre la ciudad de Gotham. Ese mismo contraste se encuentra en las ideas del film que, inseguras, acaban quedando como un pastiche muy consciente de sí mismo (y su primera entrega).

Lady Gaga y su incuestionable talento musical elevan el conjunto del largometraje. Es tan evidente que incluso parece que con su actuación sea la única creyente del proyecto, en contraposición a un Joaquin que, aunque correcto, no sorprende ni se crece respecto a su anterior incursión como el malvado payaso.

Así pues, tras el visionado –y un repentino final que deja entrever una voluntad más “extracinematográfica” que coherentemente narrativa– queda la duda de la verdadera razón de ser de la propuesta. Entre una ligera extravagancia, Joker: folie à deux pierde el componente político de su predecesora, mientras cae en un simplismo respecto a la enfermedad mental que ni el enfatizado “poder de la música” puede solucionar.

Todd Philips se queda en tierra de nadie. Los entusiastas de la cinta de 2019 encontrarán algo muy distinto: puede que les convenza, puede que no. Esa misma duda es la que sobrevuela el conjunto de la realización y la que deja un sabor agridulce de esas cintas que no aburren, pero resultan vacías.

Firma: Yoel González