La monja

Gary Dauberman (It) y James Wan (artífice de las sagas Insidious, Expediente Warren: The Conjuring y Annabelle) se reúnen de nuevo, después de haber trabajado juntos en las dos producciones de la citada muñeca diabólica.

Aunque pretenden dar continuidad a ese mundo maligno que acostumbran a dibujar en medio de territorios infantiles o familiares, y ahora sacros, lo cierto es que La monja es la propuesta más floja de todas las avaladas por Wan.

Si las aventuras del matrimonio Warren resultaban verosímiles y con un entramado (especialmente en la primera) sólido; Insidious arrancó (declinando en cada entrega) como una franquicia menos ambiciosa pero algo elaborada; Annabelle se aposentó básicamente en el inolvidable rostro de la “porcelanosa”; en La monja afrontamos un guion agonizante entre hábitos y piedras.

El cine de terror es un gran deudor de la teología e iconografía católica. Sin embargo, en esta apuesta, de ambos elementos sin duda el teológico sale peor parado en comparación con algunas de las sagas del género. Pero sí que Corin Hardy saca rédito, en un sentido menos sutil y sí muy esteticista, de toda la capacidad visual que pueden dar un hábito y una Abadía en medio del bosque rumano.

En este sentido, el director aprovecha los planos cenitales y otras perspectivas, dentro de un posicionamiento bastante clásico, para seguir sacando partido a los sustos y a un estruendoso uso del sonido reverberante, que se come gran parte del espectáculo.

En medio de esto, los personajes se quedan con poco que aportar. Y se dejan llevar por ese vaivén del mal, encarrilado a modo de parque de atracciones del horror. La única suerte es que los actores son menos histriónicos que “la monja” encargada de la mayor parte de la fiesta.

Firma: Lourdes Domingo