Los demonios de barro

Los demonios de barro es una bonita historia sobre cómo reparar el pasado deteniéndose a contemplar el presente. Rosa, la protagonista, lleva una vida que gira exclusivamente en torno a su trabajo, el cual se caracteriza por un ambiente de competitividad, meritocracia y búsqueda de la máxima productividad. No es hasta que la muerte de su abuelo despierta cierto arrepentimiento en ella que decide frenar su ritmo trepidante y regresar al pueblo.

Su viaje de vuelta se marca por un cambio de animación del 2D al stop motion en plastilina, algo que separa la ciudad de la aldea y que, además, conecta con la afición del abuelo de moldear muñecos de barro. Asimismo, ese choque inicial entre lo urbano y lo rural, alejado de toda tecnología, acaba derivando en una reflexión sobre la adicción a las pantallas y sobre la memoria como herencia de nuestros seres queridos.

Ese recorrido por la memoria se tiñe con momentos mágicos y elementos fantásticos que endulzan las aventuras y las distintas problemáticas con las que se va topando Rosa para recuperar su honor y reencontrarse a sí misma. Esa mezcla permite reforzar cada uno de los mensajes que se desprenden de la película, siempre resaltados, sin llegar a hacerse excesivos, para el público infantil al que está destinado.

Pese a que Los demonios de barro se plantea como una película para los más pequeños, esas enseñanzas que la completan mantienen una suma relevancia para todos. Entre ellos, se encuentra la importancia de cuidar la tierra y escuchar a la naturaleza, que brinda vida y cultivos, la necesidad de equilibrar nuestra relación con las nuevas tecnologías, el carácter fundamental de los vínculos interpersonales y la mutua colaboración y ayuda o, en palabras del abuelo Marcelino, el valor de “sacar lo bueno de lo malo”.

Firma: Yoel González