Viaje a Nara (Vision)

Como ya hiciese en su último film, Hacia la luz, Naomi Kawase se sumerge con su cámara entre los siempre enigmáticos mecanismos de los sentidos humanos. Y como también hiciese en Aguas tranquilas, utiliza la naturaleza como catalizador de los dramas a los que asistimos y metáfora plástica de los interrogantes afectivos y existenciales de los protagonistas.

Si además cuenta con Juliette Binoche para encarnar a una de las protagonistas, la mezcla étnico-racial y la siempre eficaz interpretación de la actriz francesa, contribuyen a dar verosimilitud a un relato que tiene mucho más de ensayo que de narración.

Kawase maneja con soltura la imagen, la fotografía y los tiempos, jugando con los encuadres poéticos, los planos-detalle, los contrapicados abiertos al infinito y los sonidos naturales para crear la atmósfera necesaria que envuelva el sentir de los personajes y cumpla su papel de metáfora de la vida humana. Hace comparecer a los cuatro grandes (tierra, fuego, aire y agua) y los complementa con los túneles artificiales o el ruido de los motores de coches, trenes o motosierras, consiguiendo que esa perturbación del paisaje sirva de guía a los saltos temporales que intentan explicar el porqué de las búsquedas de Jeanne y Tomo.

La belleza que logra y la explicación que no consigue nos hablan de que Viaje a Nara es, de nuevo, una apuesta muy personal de la realizadora japonesa. Por eso, y sin restar mérito a la película, conviene acercarse a ella como quien contempla un cuadro o escucha una poesía. Aprovechar las sensaciones que transmite y los caminos que nos abre como un deleite personal; y dejar que la confusa historia de Jeanne permanezca, como tantas otras que nos rodean, en la intimidad del misterio.

Firma: Esther Rodríguez