Vidas pasadas

Celine Song presenta en su ópera prima un romance atemporal, un relato sobre lazos humanos, sobre relaciones a distancia y sobre el echar de menos. Rehuyendo un enfoque edulcorado del vínculo amoroso, la directora muestra con suma elegancia todo un despliegue de recursos en favor de crear una intimidad que atrapa al espectador.

La presencia del in-yeon –esa providencia, destino que vincula a las personas– sobrevuela todo el film. A través de diálogos que intentan cierta emotividad, Song construye unos roles que saben compartir sus mundos internos de forma sincera y entienden que una cosa son los sentimientos que tenemos y otra cosa lo que hacemos con ellos, siendo honestos y considerados con uno mismo y con aquellos que nos rodean. Así, esa sutileza que se desentiende del conflicto fácil en el que caen algunas películas románticas se convierte en uno de los fuertes de Vidas pasadas.

Junto a ello, se establece un juego de distanciamientos y acercamientos mediante el encuadre de los protagonistas, su posición en el espacio y la relación entre ellos dentro del mismo, pero también desde lo gestual e idiomático. De esta manera, esta historia elíptica a lo largo de treinta años invita a sumergirse en la dimensión emocional de los personajes, en una comprensión desde dentro, que va creciendo paulatinamente hasta un final sumamente delicado y afectivo. Si bien Arthur (John Magaro) le dice en un momento dado a Nora (Greta Lee) que ella “sueña en un idioma que no puede entender”, Celine Song nos hace soñar en un lenguaje que todos deberíamos entender: un amor sincero, respetuoso y comunicativo.

Firma: Yoel González