Vincent debe morir

En un momento concreto, saltamos al interior de un hogar y la cámara se empieza a alejar mientras, delante suyo, no se pierde la vista de una copia del cuadro de El último viaje del Temerario, de William Turner. Curiosa elección, pues el film de Stéphen Castang parece un reflejo de ese buque remolcado hasta la costa tras quedar inutilizable mientras el sol se pone.

Vincent debe morir es una obra que presenta una premisa que descoloca y aterra a partes iguales: de repente, ciertas personas empiezan a ser atacadas con agresividad por el resto. Sin embargo, tras un sólido arranque, Stéphen Castang no acaba de apuntalar la intención. Así, con el transcurso del tiempo, el film se acaba perdiendo en un simple laberinto de violencia cuyos trotes por distintos derroteros y tonos van quitándole fuerza.

Todo el argumento distópico se desvanece bajo unas normas incomprensibles, poco depuradas. De esta manera, el espectador atiende a un metraje divagante que se podría haber sintetizado a modo de cortometraje y que se mantiene firme principalmente por la hipnótica interpretación de Karim Leklou. A su alrededor, queda una historia sin reflexión cuyo humor negro tantea con la frivolidad, y la tensión inicial poco a poco se va perdiendo.

Firma: Yoel González