Thelma

Uno de los factores que mejor funcionan en el cine de terror y sus sucedáneos es el silencio. La quietud y frialdad de los escenarios y el mutismo hierático de sus protagonistas, a veces, pueden sobrecoger mucho más al espectador que el festival de sangre y monstruos también habitual en el género. Cuando se opta por esa primera vía, el suspense psicológico y sus raíces traumáticas o diabólicas congelan el corazón del público y le aterran de un modo muy sutil y efectivo. Si añadimos el grisáceo y helador paisaje del invierno noruego, el cóctel sobrecogedor está servido.

Esta parece haber sido la intención de Joachim Trier y Eskil Vogt, que firman un guion basándose en dichas premisas para acabar convirtiéndolo en un ejercicio de contenido preciosismo visual, confusión argumental y alegato anti-religioso. Trier lo dirige con pulso, apoyado en una adecuada banda sonora a cargo de Ola Fløttum y con la elegancia que le proporciona la nítida fotografía de Jakob Ihre.

Sin embargo, fondo y forma se bifurcan cuando se va revelando la inconsistencia de una historia con demasiadas líneas inconclusas y unas cuantas lagunas que ni se explican ni se intuyen, haciendo que se vaya perdiendo la verosimilitud necesaria para que el espectador participe y sufra del drama de la protagonista.

La frialdad que debía acompañar al misterio, desparecido éste, se intenta paliar con escenas de seducción lésbica que resultan artificiales e innecesarias al no tener relación alguna con los ataques de Thelma, ya que estos han aparecido previamente. Tampoco la mencionada (pero no sugerida) represión religiosa de sus padres, reflejados con cariño y comprensión, explican el trauma de la joven por lo que el film termina por ser un elegante ejercicio visual como muy poca intriga y escaso atractivo sexual.

Parece que las respuestas, el desarrollo y, en definitiva, la experiencia vital, siguen quedando enterradas, frías y estáticas, bajo el hielo del estanque de la infancia de nuestra protagonista.

Firma: Esther Rodríguez