Un dios salvaje

La película más esperada de Polanski ofrece todos los ingredientes que adornan los clásicos clásicos. Precisión en los diálogos, movimiento pulcrísimo de la cámara, imágenes nítidas, espacios ideológicos definidos, personajes perfilados a cuchillo. Todo nos remite a nombres enormes, a Hitchcock, a Capra, a Allen y al propio Polanski que, en un ejercicio de adaptación al cine de la pieza teatral de Yasmina Reza, supera de largo algunos de sus anteriores productos.

Es del todo necesario atribuir el mérito de esta cinta al texto de su autora, mujer inteligente, sagaz, aguda en sus apreciaciones sobre la cultura, las costumbres, la hipocresía y los extrarradios de la fragilidad humana. Con todo no se le niega a Polanski ni pizca de su maestría para contar con imágenes, a tiempo real, un relato preciso, lleno de humor y rabia, sobre la historia de la estupidez humana.

Los cuatro personajes enclaustrados en un salón durante los escasos 79 minutos que dura la película, fluyen de lo racional y correcto, que todos conocemos, a lo irracional y salvaje que todos escondemos. La conexión con el espectador no se hace esperar pues toca las pulsiones más universales. La tensión, la risa, el ridículo y la incredulidad llenan la sala y la responsabilidad de activar esa riada de emociones es de Kate Winslet, Jodie Foster, John C.Reilly, Christoph Waltz. Y lo consiguen, ¡y de qué manera! No es posible perderse la actuación de este cuarteto aún a riesgo de salir con el estómago revuelto. El histrionismo de Foster, las buenas maneras de Winslet, el cinismo de Waltz y la frescura de Reilly convierten una pelea de niños en la radiografía de la crisis de la edad madura. Devastador. Por suerte, la reflexión queda en manos del público y ese es el as que esconde esta película. Una película que te llevas puesta a casa.

Firma: Anna Puigarnau