Amor sin wifi

Para empezar, de Amor sin wifi se pueden decir dos cosas: la serie no va de amor y el wifi es imprescindible para el guión. Quizá el título en inglés, Dates in real life, desvela mejor el contenido, aunque no del todo. El tema es que una mujer de 25 años se ha pasado los tres últimos de su vida ennoviada virtualmente con un chico que vive en otra ciudad, lejos para poder verse (a Ida le aterra volar…). Ambos juegan con sus avatares, se encuentran en lugares idílicos y mantienen relaciones a través de la webcam.

Hasta aquí, nada nuevo en el horizonte por muy triste que esto nos parezca. La acción se desata cuando Marvin decide vivir un poco y conoce a una chica en el mundo real (a través de una app de citas, eso sí) con la que empieza una relación también real. Este es el momento en el que Ida reconoce que no tiene ninguna experiencia con personas fuera del cibermundo y decide cambiar las cosas.

Aconsejada por sus amigos virtuales, los únicos que tiene, su primer objetivo es besar a un chico. Y empieza la escalada. Su hoja de ruta es la siguiente: besar a un chico, mantener relaciones sexuales no virtuales, conseguir novio y dejarlo. Cuando haya cumplido, estará en igualdad de condiciones con Marvin y podrá sentirse mejor.

Ahora, definamos brevemente el cosmos de Amor sin wifi. Venida de Noruega, esta ficción presenta personajes solitarios, perdidos, tristes, sin ninguna estima por sí mismos y, por supuesto, carentes de toda trascendencia. La validación popular es esencial para su supervivencia y desconocen el verdadero sentido del amor, de la amistad y de la vida en general.

Amor sin wifi es una propuesta de corazón oscuro, de mente confusa y de palabra falsa. No contiene nada por lo que alguien debería verla y sí provoca una extraña sensación de que, si las cosas son así, el mundo se acaba y no le queda mucho por ofrecer a las nuevas generaciones, si es que llegan.

Firma: Mar Pons