Mentes brillantes

Si repasamos la oferta de títulos médicos que hayamos podido disfrutar en los últimos años, rápidamente nos vienen a la memoria sujetos como Gregory House (House M.D.), Shaun Murphy (The good doctor), Conrad Hawkins (The resident) o Max Goodwin (New Amsterdam), solo por citar a los mejores.

Ahora, el actor Zachary Quinto encarna al excepcional neurólogo Oliver Wolf, un personaje inspirado en la figura real del doctor Oliver Sacks. Y con este preámbulo, aunque hayamos visto muchas series similares, quizá entremos para ver qué se cuece en Mentes brillantes.

El primer plato es una escena que puede describir el conjunto de esta ficción: Wolf secuestra a un paciente que sufre Alzheimer y lo lleva a la boda de su nieta. Una nieta a la que ya no reconoce… o por lo menos, no reconocía hasta que se sienta frente a un piano. Como esperamos, el encuentro sale bien y puede que robe alguna lagrimilla a su audiencia.

Sin embargo, a partir de aquí, el menú de Mentes brillantes no aporta nada nuevo ni a los pasillos del Hospital General del Bronx, ni a la ciudad de Nueva York, ni a nuestra cultura audiovisual, ni a nuestro tiempo de ocio. Los casos se suceden entre la discusión del método, los diagnósticos que se resisten y las raras enfermedades neuronales protagonistas.

A pesar de que funcionan correctamente, tampoco sorprenden la construcción de personajes, las relaciones entre ellos y los evidentes conflictos que deben afrontar. Compuesto por un cúmulo de cosas vistas, el guión se recrea en su figura principal, en sus traumas y en su indiscutible y loable interés por las personas.

Así, entre lo melancólico, lo dramático, lo previsible y lo común avanza una trama no exenta de emociones pero, sin duda, insuficiente para hacer honor a su título.

Firma: Mar Pons