Con las muy esperadas vacaciones de verano llegan nuevas rutinas y horarios. Después del cansancio de todo el curso es fácil levantar el pie del acelerador más de lo debido e incluso renunciar a seguir educando de verdad durante estos meses en los que todos esperamos desconectar. El recurso del reconocimiento (en momentos puntuales) y la recompensa al esfuerzo son muy positivos. Ahora bien, el tema se pone delicado cuando un boletín de notas sin “cates” o con una buena media supone carta blanca o amplias concesiones a un verano sin la supervisión y el acompañamiento adecuado por parte de las personas adultas que les acompañamos.
La educación consiste en introducir a nuestros hijos en el conocimiento de la realidad. Esta afirmación de L. Guissani transformó radicalmente mi concepción de la educación, la manera de relacionarme con mis alumnos y la de tantas familias en la educación de sus hijos. No se trata de incorporar en la cabeza de chicos y chicas los conocimientos, experiencias y aprendizajes de los adultos. En verdad, tiene que ver con el hecho de suscitar en el momento adecuado las preguntas importantes de la vida que todo ser humano se planteará tarde o temprano. Ejercer la educación de esta forma lo cambia todo.
Libertad y responsabilidad en la dosis adecuada
La educación nos pone a prueba constantemente, siempre estamos educando, queramos o no. Lejos de suponer una exigencia y un peso por tratar de ser coherentes, es una llamada a los padres y madres de familia para aprovechar estos meses de verano para plantearse cuestiones que durante el curso no logramos hablar en profundidad.
Algunas preguntas serían: ¿cómo estamos educando? ¿Qué dificultades tenemos a la hora de desempeñar esta tarea? ¿Qué necesitan verdaderamente nuestros hijos? ¿Qué necesitamos nosotros en lo personal y como pareja? ¿De qué forma nos coordinamos y nos complementamos en la educación de nuestros hijos? Estas cuestiones necesitan ser respondidas de forma consciente y compartida y ser verificadas periódicamente ya que la educación, siempre, implica dinamismo y responde al presente.
El verano trae planes magníficos en familia y con amigos, nuevas amistades, el primer amor, viajes de fin de curso, etc. También es un tiempo que se presta a vivir experiencias de riesgo y contraproducentes (consumo de alcohol y otras sustancias, tecnoadicciones, sexualidad desordenada, uso desproporcionado del teléfono móvil y los videojuegos, salidas sin hora de llegada, amistades poco apropiadas, etc.).
Es por eso que planteo que en el verano nuestros hijos nos necesitan más que nunca: hay que seguir educando, aunque el contexto haya cambiado. Es un momento perfecto para poner en juego el uso de la libertad y la responsabilidad personal de nuestros hijos. ¿Cómo hacerlo? ¿Cuál es el equilibrio adecuado? ¿A qué edad es recomendable cierto plan o actividad que nos proponen?
La edad no implica necesariamente madurez
Es clave en la adolescencia hacer experiencia de la libertad y aprender a hacer un uso adecuado: fomenta la autonomía y fortalece la autoestima. Y me refiero a hacer experiencia no en el sentido de acumular vivencias sino de aprender a ejercer adecuadamente la libertad personal de cada uno.
No debemos perder de vista que cada persona es única. Los adolescentes tienen velocidades de maduración diferentes, por tanto, la libertad y responsabilidad se debe ir moderando de forma progresiva. El espacio de libertad en el que los hijos pueden moverse viene determinado por dos aspectos clave:
- La edad. Conforme los hijos cumplen años, se desarrollan y adquieren madurez el margen de libertad debe ser mayor.
- El comportamiento. En la medida que los hijos se comporten de forma responsable y tomen decisiones adecuadas debemos ir ampliando el margen de libertad. De lo contrario, éste ha de restringirse cuando las decisiones que vayan tomando no sean las adecuadas.
Marca líneas rojas, no todo es negociable
Los límites y normas son un bien imprescindible para la educación de nuestros hijos. Les otorgan seguridad y protección y los preparan para la vida en sociedad. A la hora de establecer las normas es clave escoger batallas. No podemos lucharlo todo, de lo contrario podríamos morir en el intento. Tampoco es sano normativizarlo todo.
Lo óptimo es manejar pocas normas y bien claras con consecuencias previamente pactadas. La norma debe ser realista, ha de ser posible cumplirla. Debe poder explicarse con claridad para que se entienda su sentido. Hay normas que pueden negociarse hasta cierto punto. De hecho, es positivo involucrar a los hijos en la definición de normas y consecuencias, eso les hará sentirse partícipes y responsables.
No todos los límites y normas tienen el mismo peso y por tanto las consecuencias deben ser diferentes en el caso de incumplir la norma. Las normas según su importancia se pueden ejemplificar en líneas verdes, naranjas y rojas. Las líneas verdes son normas cuyo incumplimiento puede obviarse en ocasiones o merecer un toque de atención. Las líneas naranjas implican normas con mayor peso y seriedad. Las líneas rojas son innegociables y merecen roja directa, es decir, el incumplimiento debe ser sancionado con toda la firmeza e inmediatez.
Líneas rojas especiales en verano
- Horas de llegada. Marcar una hora de llegada y asegurar que vuelven acompañados de noche. Según el contexto y la situación es preferible que lleguen más tarde, pero acompañados. Si el toque de queda se incumple es necesario hablarlo y según la situación aplicar una consecuencia natural (se quedan sin algún plan, se debe llegar antes, etc.).
- Grupos de amigos. Las amistades en la adolescencia son fundamentales. Conocer los grupos de amigos es interesantísimo, da mucha información. Proponer quedadas en casa para conocer las amistades de nuestros hijos es una buena forma de crear espacios de encuentro, diálogo y confianza.
- Uso de móviles y pantallas. En verano desde luego que podemos ampliar el horario de uso del móvil y videojuegos, pero con cabeza, sin que ello suponga una válvula de escape para los hijos o una solución fácil para los padres.
Además de poner límites al uso de las pantallas, es interesante ofrecer alternativas como actividades y planes atractivos e interesantes. En definitiva, como padres y madres de familia debemos conocer el entorno en el que se mueven nuestros hijos, estar atentos a las señales que puedan darnos sobre sus necesidades y estar presentes siempre que lo necesiten. Trabajar la confianza desde la infancia será una gran ayuda cuando entren en la adolescencia.
Darles autonomía les ayuda a crecer en responsabilidad tanto a nivel individual como social. Los padres y madres deben estar especialmente alineados en cuanto a las normas y abrir espacios de diálogo con sus hijos para saber en qué punto están, qué preocupaciones tienen y cómo podemos ir acompañándolos en su camino hacia la madurez. En la educación de nuestros hijos nos lo jugamos todo.
Firma: Jorge San Nicolás