Chiringuito de Pepe

Impregnada de esa ligereza que baña las propuestas veraniegas, Chiringuito de Pepe se estrena con éxito de audiencia y una crítica dividida. Si bien es cierto que a la serie no se le puede pedir más que lo que propone, también lo es que la propuesta ofrece algo más de lo habitual.

Para empezar, nos hemos librado de esa obsesión –que afecta a los guionistas de series costumbristas– de situar las tramas en un entorno tan sucio, falso y viciado como sus protagonistas. Además se obvian esas escenas corales en las que gritar es la única opción para los personajes. Por el contrario, en Chiringuito de Pepe se filma en exteriores y se respetan el ritmo en la interpretación y el turno de palabra.

La serie no es una apuesta valiente, ya que se nutre de recursos sabidos y vistos en centenares de secuencias en la historia de la ficción española, sin embargo fluye con cierta naturalidad. El guión es simpático pero no novedoso y en él se desenvuelven unos personajes sin dimensión pero cumplidores. De esta forma, esta oferta se sitúa en un punto, entre lo mediocre y el lugar al que podrían aspirar a llegar nuestras series, difícil de definir.

Para digerir este plato audiovisual hace falta que el espectador conecte con sus protagonistas; si no se comparte el registro de Bonilla (que es el suyo habitual) o la pose de Millán, poco se puede hacer y la serie no merece un esfuerzo extra.

Querer orientarse a un público familiar, incluyendo menores y tramas para ellos, perjudica más que beneficia a la comedia, que tampoco se libra de un toque dramático poco definido en un formato esencialmente burlesco.

En resumen, y a la espera de su evolución, el chiringuito de Telecinco propone un espacio similar a su argumento: entre la fritanga y la “nouvelle cuisine”. Habrá que ver por qué estilo se decanta.

Firma: Mar Pons