Bienvenidos al Edén

Vamos por partes para no liarnos. Lo primero ¿cuál es el objetivo de la historia? No es fácil comprender un proyecto como Edén. Si alguien pretendiera crear un nuevo mundo, quizá, lo más conveniente sería asegurarse de que sus moradores tuvieran algo que aportar. Sin embargo, para un futuro mejor en esta serie se escogen jóvenes enfadados con la vida y nada que ofrecer más allá de su corta edad. Una juventud, por otro lado, maleable y frágil.

Por otro lado, ¿qué necesidad hay para engañar y secuestrar cuando miles de personas estarían encantadas de formar parte de un proyecto similar? (A saber: vivir en una isla paradisíaca rompiendo con lo establecido y creando una nueva sociedad)

Y, por último, ¿qué significa convocar a decenas de personas si solo te vas a quedar con cinco y ya lo sabes de antemano? En definitiva, cuando una historia pierde el centro y se rellena de casuísticas inconsistentes, no puede satisfacer a un consumidor que utilice, aunque sea poco, la razón.

También puede ser que Bienvenidos al Edén no busque a una audiencia analítica o un poco exigente. Puede que esta ficción pretenda arrebatar horas de ocio a los jóvenes que se sientan identificados o maravillados por el inmenso plan de marketing, las caras bonitas que lo protagonizan o la cortina de humo sobre el personaje con discapacidad auditiva. No obstante, en todo esto no vemos más que una nueva incursión para fomentar la mala fama de un grupo social que, según la mayoría de títulos actuales, parece interesado solo en las fiestas, las borracheras, el sexo y, por fortuna, también en el medioambiente. Algo totalmente sesgado y artificial.

Tampoco se aprecia el valor interpretativo de nadie y sí se acusan diálogos torpes y posados de Instagram. Todo, eso sí, en un entorno naturalmente precioso y deseable. Pero, si el Edén es lo que nos muestra Netflix en esta ficción, no nos atrevemos ni a pensar en el infierno.

Firma: Mar Pons