El descubrimiento de las brujas

Esta serie no trae nada nuevo para quien haya leído las novelas en las que se basa, la trilogía de Deborah Harknes titulada Todas las almas. O quizá solo lo propio del medio narrativo: la puesta en escena. Reconocemos en El descubrimiento de las brujas una cuidada escenografía y la intención de hacer viajar al espectador por preciosas ciudades como Londres, Oxford o Venecia. Y, además, en diferentes épocas, lo que añade un plus. También destacan el vestuario, los hechizos y algunas originalidades del género que se llevan con acierto a la pequeña pantalla.

Por lo demás, este título no es de los que pretende hablar de la oscuridad de unos seres sobrenaturales, ni de sus particulares formas de vivir, ni siquiera de sus naturales rencillas. El descubrimiento de las brujas es un romance enmascarado de fantasía, pero romance al fin y al cabo.

Este hecho, de por sí ni negativo ni positivo, sirve para atraer a un tipo de audiencia amante de las criaturas protagonistas (brujas, demonios o vampiros). Sin embargo, como ya hemos dicho, la atención se centra en la relación de la pareja y lo demás sirve de distracción, complemento y maquillaje. En fin, que si el espectador busca sangre, terror o algo de thriller, en este título no lo va a encontrar.

La serie nada entre unas melosas Crónicas vampíricas, un egocentrismo tipo Crepúsculo y un anuncio de agencia de viajes. Aunque, a pesar de todo esto, al final puede que este relato consiga el propósito de embrujar a quién se sienta atraído por los guapos protagonistas y por la historia de un amor “prohibido”. Así, y si no entramos en pormenores del guión, la historia de Diana Bishop y Matthew Clairmont sirve de entretenimiento ligero y algo mágico.

Firma: Mar Pons