El hijo zurdo

Basada en la novela de Rosario Izquierdo, el guión utiliza el hecho de ser zurdo como una imagen de la anomalía. Pero también va un poco más allá. La incomprensión que sufre la protagonista (reflejada en el (mal) trato que recibe desde pequeña) se traduce en destrucción, en una incapacidad total de superación y en una excusa para el egoísmo.

A María León le sienta bien meterse en la piel de un personaje dramático. Lola es una de esas personas que no tienen herramientas para capear lo angosto de la vida y se deja arrastrar hacia el abismo llevándose consigo todo lo que la envuelve. Entregada a la bebida, ha terminado fracasando como esposa y como madre. En este último rol, en el que la serie pone el énfasis, no consigue defenderse porque no tiene la capacidad de ver más allá de sí misma. Se equivoca con Lorenzo (el hijo zurdo), pero también se equivoca con Inés (la hija mayor) y sus errores cristalizan en una familia rota que son el origen y la causa del drama (una magistral partida de petanca ilumina toda la trama).

En la epidermis de esta serie se debate el amor de una madre, en la musculatura su irremplazable función en la armonía familiar y, en su esqueleto, las consecuencias de una ausencia total de generosidad de un conjunto de personajes encerrados en sí mismos y sumergidos en su propia miseria. Todo esto se envuelve en un vestuario cuidado y comunicativo. La lluvia, los primeros planos, la fotografía, el ritmo, los silencios e, incluso, una simple escayola son mucho más que puro ropaje.

Al final, El hijo zurdo propone un interesante relato del que se puede extraer mucho provecho. Atrapa, a pesar de la tristeza existencial que sobreabunda en la alegre Sevilla. Y, por último, consigue llevarnos a la profundidad del mayor y más común anhelo de la humanidad: la necesidad de dar y recibir amor. Pero qué difícil resulta colmar esta necesidad cuando se desconoce el verdadero sentido y valor de la existencia personal.

Firma: Mar Pons