Heartstopper

Definitivamente, Heartstopper no es la obra maestra que han querido vendernos. Se trata, de hecho, de un producto con el claro sello de Netflix, en el que abundan los estereotipos, la diversidad obligatoria (incluye, por supuesto, un reparto de diferentes etnias, orientaciones sexuales, tipos de físico, etc.) y el sentimentalismo, por encima de la calidad.

Con el propósito de dar visibilidad al colectivo LGTB, Netflix ofrece, una vez más, una serie mediocre, pero, en este caso, bastante manipuladora. Para vender su mensaje, los protagonistas encarnan –casi exclusivamente– todo lo bueno que hay en la temporada, mientras que el resto de personajes alrededor son la representación de muchos contravalores.

Asimismo, es sorprendente ver cómo la amistad prácticamente no existe en el colegio donde se desarrolla la trama. No aparecen grupos de amigos como en otras producciones similares. En Heartstopper, un mejor amigo no tiene cabida. Parece que, si uno tiene un vínculo más estrecho con otra persona, automáticamente pasa a ser su pareja. De este modo, vemos cómo, en su mayoría, los estudiantes están emparejados, pues no existe la posibilidad de ser educado, comprensivo, leal y un gran apoyo para alguien sin que eso lleve a una relación romántica.

A pesar de todo, los episodios lanzan gran cantidad de mensajes positivos sobre la búsqueda de uno mismo, la paciencia, la tolerancia, la lealtad, la comprensión, la discreción y, en definitiva, lo que comporta ser un ciudadano ejemplar.

Firma: Patricia Amat