La diplomática

Kate (Keri Russell) deberá asumir un cargo gubernamental clave mientras su matrimonio con Hal (Rufus Sewell) se desmorona. La combinación resulta tensa y singular y logra funcionar gracias a un guion que consigue explorar en sus personajes con inteligencia y un sutil humor negro, muchas veces mordaz.

Pero ¿se trata de una serie política con ingredientes humorísticos sobre sus personajes? o ¿es una comedia oscura sobre las dificultades matrimoniales que se disfraza dentro de un argumento de suspense político? Esto no conseguimos aclararlo a lo largo de toda la serie.

Al principio, la idea es seguir en paralelo la crisis y la tensión diplomática con la propia relación del matrimonio Wayler. Sin embargo, a pesar de sus intenciones, la producción va perdiendo fuelle y se enturbia. El guion se vuelve complicado y denso, tanto que cuesta seguirlo por la rapidez y la cantidad de datos que proporciona.

A pesar de todo, La diplomática realiza una exploración minuciosa y bien planteada de la influencia del poder en un escenario mundial. No obstante, quien mucho abarca poco aprieta y el argumento se precipita hacia el fracaso, en el campo de las relaciones internaciones como en el de la vida privada de los protagonistas.

El guion pone el foco de atención en cada uno de los personajes sin lograr definir una naturalidad genuina. Y sorprenden los comportamientos auténticamente fuera de lugar, ordinarios, excéntricos, egocéntricos y casi esquizofrénicos (como si un doble ser ocupara el espacio de uno solo).

En general, s quiere destacar el mensaje subyacente de salvar al mundo y a un matrimonio del desastre total, pero no se consigue porque los ocho capítulos de la miniserie no terminan con la trama. Es segura y necesaria otra temporada para terminar lo que se empezó: una posible guerra mundial y el divorcio o no de los Wyler. Otra cosa es que el espectador decida verla.

Firma: Rosa María Aguilar