La forense

Entramos en La forense cuando, a la caza de algún título por ver, sentimos cierta inclinación por las series de crímenes e investigación policial. Nada en especial llama la atención y, de hecho, no es un título muy publicitado o que se comente en los foros. En general entendemos que se trata de una mujer forense (porque ahora está de moda empedrar a la mujer y hacerla protagonista), víctimas y asesinatos por resolver. Pues vamos a por ella.

Durante los dos o tres primeros episodios llegamos incluso a pensar que hemos acertado en la elección pero, a partir de ahí, pueden pasar dos cosas: podemos seguir viéndola por inercia y sin demasiado apego, o podemos huir hacia otros escenarios para aprovechar mejor el tiempo.

La estampida no tiene que ver con que sea una producción canadiense, algo que se nota (y no para mal) en los ritmos, los paisajes y los carácteres de los protagonistas y del resto de personajes. Entonces ¿qué problemas tiene la serie?

En primer lugar detectamos que la vida ha maltratado a la protagonista en un exceso dramático mal medido. En segundo, que tampoco tiene límites su victimismo. Tercero, que el elenco que la envuelve recoge los estereotipos más comunes. Y cuarto, que nada de lo que nos cuenta supone una novedad.

Está claro que el guión apuesta por su personaje principal, no obstante, no es creíble que una persona tan tenaz, valiente, autoritaria y con un don para su trabajo lleve una vida personal tan paradójicamente contraria. Es como si, en el fondo, se tratara de dos personajes distintos según el suelo que pisan. Jenny es ilógica y sus traumas, lejos de conmover, nos alejan de ella.

Tampoco ayuda que las relaciones entre los personajes sean emocional y sexualmente ambiguas, superficiales, egoístas y poco ejemplares.

Para los que quieran aguantar por si la cosa remonta, ya les advertimos que no lo hace, por lo menos en la primera temporada.

Firma: Mar Pons