The Witcher

No le pega a alguien que ha trabajado en series como El ala oeste de la Casa Blanca o Daredevil crear un producto como este y, menos, si se trata de una mujer (Lauren Schmidt). Sin exagerar la fiebre feminista que corre en nuestros días, sí es destacable analizar la imagen de la mujer que proyecta The Witcher, algo semejante (pero rebajado) a lo que ocurre en Juego de tronos: mujeres poderosas (a medias) vs. pobres objetos sexuales para el guión. Tampoco los diálogos, ni las tramas, ni los personajes hacen gala de ninguna maestría.

No es la primera adaptación de las aventuras del personaje principal de las novelas de Andrzej Sapkowski. Geralt de Rivia protagoniza, además, una saga de videojuegos. Quizá todo este equipaje le pasa factura a una producción que debe contener a un público muy entregado.

Para los profanos, el hecho de que los guionistas den por sentado que sabemos de qué se habla es un handicap. El vocabulario específico (nombres de criaturas, lugares, etc) y los “poderes” que tiene cada raza y el lugar que ocupan en un universo imaginario y atemporal son piezas de un puzzle que tarda varios capítulos en tener sentido. A todo ello se suman unos saltos temporales que no se perciben hasta casi el ecuador de esta primera entrega.

Por lo demás, The Witcher se compone de fascículos a medida de la pequeña pantalla y muchas de sus subtramas se amparan en la oscuridad, la maldad, el deseo desmedido de poder, la venganza o la supervivencia a costa del otro. En fin, The Witcher servirá para contentar a sus seguidores pero, sin duda, abusa de la sangre, las vísceras, el vicio y la violencia, que se utilizan gratuitamente para “adornar” un guion muy mediocre.

Firma: Mar Pons