El último autobús

Parece que Netflix se preocupa por lo mal que está el planeta y lo perjudicial que puede llegar a ser el actual modo de vida del ser humano. Nos lo ha dicho con su desacertado título Bienvenidos al Edén y nos lo repite (esta vez con un acierto) en El último autobús. Aquí, el intento de formar un nuevo mundo se vuelve a convertir en el motor de la trama. Aun así, en esta ocasión, se trata de una afirmación que permite dar forma el relato, pero que, en ningún caso, ni se impone ni se insiste en ella. Y es que esta serie va de otra cosa.

Nos encontramos ante un dilema de escala mundial en el que siete niños deben averiguar qué está ocurriendo y rescatar a la humanidad. Siete niños que, cómo no, encarnan los distintos tópicos: el listo, la organizada, el tipo duro, la fashion, etc.

¿Y cómo afrontan el problema? Pues como lo haría cualquier niño: conjugando el miedo, la ironía, la lógica y la inconsciencia. Por eso, el único medio de transporte que los puede salvar acaba decorado con unicornios y purpurina. Los outfits perfectos no son trajes cómodos y de camuflaje sino faldas brillantes y disfraces espaciales. Y, para sobrevivir al pánico, hay que poner nombre a aquello que no nos gusta e inventar canciones que hablen de ello.

El grupo está formando por miembros de edades variadas. De este modo, vemos que las preocupaciones en las distintas etapas de la infancia y adolescencia se afrontan de maneras diferentes, igual que las responsabilidades que cada uno es capaz de asumir.

Entre bromas y diálogos ingeniosos, el guion avanza ágil y se convierte en un esbozo de la inocencia y espontaneidad de los niños. Esta vez, nos alegramos de que el último episodio no ponga punto y final a la historia, y es que seguro que todos, especialmente los más pequeños, querremos tener más noticias sobre este peculiar y simpático grupo de amigos.

Firma: Júlia Nafría