Un cuento perfecto

La novela de Elísabet Benavent, Un cuento perfecto, se lleva a la pequeña pantalla en época estival. Y esto no es de extrañar, pues el verano parece el momento perfecto para los sueños, los recuerdos o la nostalgia. La historia de un amor entre dos jóvenes de distintas clases sociales, que se lucen en bañador (o sin el) con la piel bronceada y unos cuerpos perfectos y el viaje por los espectaculares paisajes de Grecia ayudan a digerir este pastel que, a medida que pasa, se hace más empalagoso.

La clave de comedia romántica se puede aguantar durante los dos primeros capítulos. No obstante, un poco de sentido crítico nos descubre un guión socorrido, unas interpretaciones oscilantes, unas evoluciones forzadas y abundante “copia y pega” de otras historias conocidas (muchos llegaron antes que Elísabet Benavent y Chloé Wallace).

En Un cuento perfecto, lo que se inicia como una amistad teñida de romance acaba siendo un romance teñido de erotismo. Y es que, en cuanto los protagonistas se dejan llevar y el sexo es más poderoso que la maravilla del lugar en el que están (y que todo lo demás), ocurre lo que predice la protagonista: “se pierden por echar un polvo”. De esta forma, se acaba la seducción y todo resulta repetitivo y poco sugerente.

Ahora ya no nos interesa el final de la historia, ya lo sabíamos desde el principio (el título es un spoiler). Aunque, quizá con altibajos y movidos por una alegre banda sonora, apreciamos el recorrido, este se interrumpe demasiado pronto. Lo que queríamos era disfrutar del camino pero se hace difícil; la paciencia, la reflexión y la profundidad podrían haber sido buenas aliadas del guion. Sin embargo, al final, cinco capítulos resultan demasiados para un cuento que fantasea con las relaciones humanas.

Firma: Mar Pons