Un lugar para soñar

Un lugar para soñar es, precisamente eso, un lugar en el que todo lo que pasa solo ocurre en los sueños. Estamos en Virgin River, un idílico pueblo con vistas a la magna naturaleza, con habitantes que han formado parte de la ficción –tanto escrita como filmada– desde hace décadas y que resuenan en nuestra memoria, con conflictos de solución previsiblemente positiva y con romances de la narrativa clásica (flechazo-obstáculos-encuentro). Nada nuevo, nada destacable y, por supuesto, nada especial para la audiencia exigente.

Lo bueno de este título es que propone al espectador una travesía en un río de aguas cálidas, sin cataratas al final, sin grandes pedruscos por el camino, sin serpientes venenosas ni obstáculos insalvables. Lo menos bueno es que esa falta de emociones se traduce en la simpleza de las tramas, los personajes prototipo y en un esfuerzo no recompensado por crear empatía a través de ellos.

Así, la enfermera urbanita que aterriza para superar un trauma en un lugar que, al principio, no le parecerá tan idílico se convierte en la novedad de un pueblo anclado en sus tradiciones. El guapo, el malo, la cotilla, el gruñón y otros tantos se codean con traficantes, maltratadores, asesinos y otros antagonistas que ayudan a canalizar una acción que fluye superficialmente.

Basada en las novelas de Robyn Carr, no es de extrañar que la responsable de este título, Sue Tenney, lo sea también de Good Witch, pues ambas series guardan muchas similitudes. Quien haya visto la ficción de Cassie Nightingale, la bruja buena, sabrá a qué atenerse. El resto, puede acudir a Virgin River para dejarse llevar y evadirse durante, por ahora, dos temporadas de diez episodios cada una. Sin más.

Firma: Mar Pons