Wakefield

Wakefield es el lugar perfecto para que los guionistas dejen fluir su imaginación. Las enfermedades mentales, con sus incomprensibles procedimientos y recovecos, revolotean por un guión poco convencional. Este título australiano es un espacio difícil de visitar. Por un lado, se agradecen el humor, la ternura y el esfuerzo por el cuidado a los enfermos. Por otro, asusta la fragilidad humana que se desprende en la serie y, no solo la de los pacientes, sino también la de aquellos que, en principio, deben velar por ellos.

Jugando con los recuerdos y con hechos que suceden solo en la imaginación de sus personajes, Wakefield se envuelve de misterio y de un aire onírico que convierte esta ficción en algo peculiar. Sin duda, los personajes son el reclamo principal, pero la historia de cada uno de ellos, sobre todo la del protagonista, proporcionan variedad al argumento y amplía las posibilidades de empatizar con alguno de ellos.

Quizá, por este motivo, las acciones de los responsables médicos parecen forzadas y son poco creíbles. Además, en no pocas ocasiones, la línea que separa a las personas inestables de las supuestamente estables es tan fina que no se distingue. Así es difícil tomarse en serio algo tan delicado como la sanción de los trastornos mentales.

Si uno escala hasta el último capítulo puede llegar a comprender porqué ha aguantado hasta el final. No obstante, el camino es irregular, los obstáculos no son pocos y el aire que respiramos no es tan puro como el que se nos muestra, eso sí, en los maravillosos parajes naturales del continente australiano. Hay que desechar mucha maniobra ideológica sobre dónde y como encontrar la felicidad.

Firma: Mar Pons