Whiskey Cavalier

David Hemingson, el creador de esta serie, hace que parezca fácil orquestar un título de éxito. Pero lo cierto es que no debe ser tan sencillo, porque Whiskey Cavalier contiene todos los ingredientes para triunfar y, sin embargo, no pasó de su primera temporada. Y, resulta difícil entender por qué.

Nos enfrentamos a una serie que encaja perfectamente en la definición de increíble, pues no vemos en Whiskey Cavalier nada verosímil: explosiones, persecuciones, misiones imposibles y posibilidades infinitas al alcance de un grupo de agentes demasiado excepcionales. Por no hablar de la facilidad y la rapidez con la que se trasladan de un país a otro.

De esta forma entendemos que nada de lo que nos van a contar va en serio. Es intrascendente, fácil y amena. El cambio de roles de sus protagonistas es una exageración, como todo lo demás. Pero también nos gusta que él, –un enamorado de la vida, demasiado sensible–, la conquiste a ella, –asesina, fría y calculadora–, que el jefe busque permanentemente la aprobación y amistad del grupo, que la psicóloga no se entienda a sí misma y que el dúo de técnicos sean tan inseparables como incompatibles.

Juegan a favor de este título el humor, la música, los rápidos paseos por preciosas ciudades europeas, la acción trepidante y los momentos más personales. Todo esto, además, cuenta con el presupuesto necesario cocinar todos los ingredientes con calidad visual y narrativa.

Y ¿a quién no le gusta sumergirse de vez en cuando en un mundo como el de Whiskey Cavalier? Un mundo habitado por gente guapa, con paisajes de revista, en el que todo acaba bien, la justicia vence, los malos mueren, la amistad se impone y el humor y el amor flotan en el aire. La evasión, y más en época de crisis (personal o social) sigue siendo un motivo válido para entregarse a una serie ¿o no? En fin, la audiencia es un misterio.

Firma: Mar Pons