Yo y el mundo

Este título, aún con todas las pegas que se le puede encontrar a las sitcoms, tiene a su favor dos grandes factores. Por un lado, dentro del catálogo de series bobas y superficiales para preadolescentes de Disney, Yo y el mundo no agota al público con roles que dan vergüenza ajena, interpretaciones forzadas o demasiadas moralinas. Además, por otro, es una serie simpática y bondadosa para una audiencia abrumada ante el exceso de oferta que incluye drogas, sexo, relaciones tóxicas e ideologías varias.

Es cierto que los episodios no van más allá del microcosmos de Cory Matthews, un chico que en el piloto tiene 11 años y durante siete temporadas va creciendo hasta convertirse en un hombre. Sin embargo, no hace falta nada más. La mayoría de los espectadores con la edad del protagonista cuentan con vidas muy similares, que se mueven entre la familia, los amigos y el colegio. Por eso es fácil identificarse con las situaciones que se proponen.

Estirar el chicle demasiado no suele ser bueno, y por ello, los últimos capítulos pierden la frescura y el humor de los primeros, así como parte del interés que habían generado los personajes. Además, también abundan los chistes fáciles, los estereotipos y la falta de coherencia hacia el final, donde quizá también se pierde algún valor por el camino.

Aun así, es una propuesta divertida, con valores y unas grandes actuaciones principales. No es una obra maestra, pero sí una historia memorable con la que muchos han crecido y con la que otros muchos tendrían que tener la oportunidad de crecer. Entre tanta telebasura, en la que abundan amigos interesados y familias desestructuradas, Yo y el mundo consigue ser tan amable e inocente como es posible.

Firma: Patricia Amat