Por trece razones (T3)

Pobre juventud la que retrata la serie, pobre juventud la que tiene que lidiar con este producto audiovisual. Y es que las cosas, a base de repetirlas, se implantan en la retina y en la mente del espectador. Y ¿qué repite Por trece razones hasta la saciedad? (… y vamos por la tercera temporada) “La vida es una mierda. La vida es una mierda. La vida es una mierda” (en boca de sus personajes).

Esta ficción cuenta dramas, dramas y más dramas desprovistos del realismo necesario para captar la profundidad de lo que se narra. En el instituto Liberty (una libertad como siempre mal entendida) ya es normal que los alumnos mueran, que intenten suicidarse, que sean investigados por la policía (o más listos que ellos), que guarden secretos, que consuman drogas o que se violen, se agredan y se mientan los unos a los otros.

Además, para hacer honor al misterio y, quizá, para mantener la propuesta de planificación del guión original (trece razones para el suicidio, trece capítulos, trece historias), la narrativa juega con los espacios temporales, los interrogatorios troceados y una voz en off femenina que intenta llevar al espectador al lugar donde pretenden los guionistas y que, en pocas ocasiones, concuerda con la realidad total.

Una voz en off –que es como estar escuchando una mala novela juvenil con tintes de filosofía barata– que, desde su púlpito, bambolea las sospechas a discreción. Nadie se salva de ser el centro de mira, hasta que se cruza otro personaje. Y todos valen, todos tienen un drama debajo de la cama (o encima).

En esta entrega el sexo se vuelve más duro, las intenciones más oscuras y los actos más violentos. Y alguien podría alegar: “Sí, pero la amistad se hace más fuerte” Si eso fuera cierto… Sin embargo, ¿qué amistad es esa que sospecha, miente, engaña y utiliza con fines egoístas a los supuestos amigos?

Y lo peor de esta serie no es todo lo anteriormente descrito, sino que se presente como una ayuda a los jóvenes que sufren acoso en el instituto o cualquier otro tipo de traumas (la introducción nos lo deja claro y hasta se ha creado una web al respecto). Sinceramente, la mejor ayuda que podría haber prestado Por trece razones a la juventud sería no haber existido nunca.

Firma: Mar Pons