
Una entretenida y ligera ficción sobre la «evasiva digital» que plantea el valor de la vida que a cada uno le ha tocado vivir.
Una entretenida y ligera ficción sobre la «evasiva digital» que plantea el valor de la vida que a cada uno le ha tocado vivir.
Christopher Nolan regresa con una nueva apuesta, a su estilo, por el cine como gran formato, no solo en su duración y concepción escenográfica, sino en densidad dramática, narrativa, argumental y antropológica.
Ligera, entretenida y con toques de humor. Con aciertos formales y desaciertos de fondo bastante comunes.
La veterana Icíar Bollaín logra una comedia dramática, de tintes costumbristas, que mete de lleno al espectador en la problemática de la conciliación entre lo personal y lo vinculante hoy en día. Impecable el elenco.
La mezcla de géneros y tonos, entre los que abunda la víscera y el gamberrismo grotesco, no logra hacer de esta propuesta un film salvable. Se busca la originalidad y se encuentra el tópico.
La ambientación en pleno siglo XXI de la novela de mismo título del clásico escritor H.P. Lovecraft demuestra la permeabilidad de su literatura. Lamentablemente, también demuestra que hay intentos de adaptación fallidos.
La segunda parte de la comedia que más triunfó el verano pasado aterriza con todos los elementos para cautivar. Santiago Segura aúna humor, buen ritmo y el contexto de comedia familiar como rasgos de eficacia.
La película adapta la novela autobiográfica de Giacomo Mazzariol con una frescura y naturalidad que atrapa. Los valores que resalta y el clima de empatía la convierten en una apuesta segura para el espectador.
La película aborda el intento de una madre y pianista de recuperar el control de su vida. A pesar de las carencias ocasionales del guion, el film demuestra brío en el ritmo y en la fotografía.
Comedia que sorprende, no solo por su procedencia y por la presencia del asunto árabe-israelí, sino también por sus personajes y por cómo realmente saber decir algo sobre ellos y sobre el secular conflicto.