
Una batalla contra ancestrales demonios se transforma en un terrorífico viaje de autodescubrimiento y aceptación cultural. Aunque busque ser algo fuera de lo común, sus intenciones no terminan de cuajar.
Una batalla contra ancestrales demonios se transforma en un terrorífico viaje de autodescubrimiento y aceptación cultural. Aunque busque ser algo fuera de lo común, sus intenciones no terminan de cuajar.
La yuxtaposición inconsistente de elementos, géneros y tramas hacen que, pese al cuidado aspecto de la obra de Ángeles Hernández, el resultado sea irregular, desconcertante y no acabe llegando a buen puerto.
Prince of Persia: The Lost Crown es el ejemplo perfecto de cómo poner al día un clásico.
Esta precuela que se empieza a ver por su protagonista, se acaba viendo por el resto del elenco que participa. Ágil, entretenida y con algo de trasfondo.
Una comedia romántica que busca darle una vuelta de tuerca al género y un divertido a las citas y el amor. Una historia donde se finge por conveniencia y que pese a la previsibilidad, quizás interese a cierto público.
Un drama con toques fantásticos y de misterio que, pese a sus buenas intenciones, no logra mantenerse firme y se deshincha. Los constantes subrayados de las intenciones subyacentes desentonan y debilitan el mensaje.
Una serie que se inspira en una novela de Wattpad escrita por una chica de quince años. Teniendo esto en cuenta, no puede esperarse mucho de la trama de Mi vida con los chicos Walter ni del triángulo amoroso que nos propone.
Musical basado en el de Broadway y nueva versión de la famosa película homónima de 2004. Puro entretenimiento por los pasillos de la jungla de este icónico instituto americano, especialmente dirigido a los fans de la primera entrega.
Un drama ambientado en la cordillera del Himalaya que se intenta vestir de thriller. Pese al irregular guion, el diseño de producción, los valores enfatizados y Miguel Herrán permiten estabilizar al conjunto.
Wim Wenders regresa con una obra poética que ensalza la belleza de las pequeñas cosas y de las rutinas. Pese a los silencios y el ritmo pausado, la hipnótica mirada de Koji Yakusho emociona y atrapa hasta el final.